05-06-2017
En repensar las estrategias de producción de bienes y en darle un nuevo sentido a la manera en que las personas se vinculan con ellos, están las bases de la llamada economía circular. Entre sus postulados se plantea que aquello que en un esquema de economía lineal (producir, consumir y tirar) es considerado basura, pueda pasar a tener una nueva vida útil, muchas veces como un insumo para fabricar nuevos productos.
Así, se afirma, se ayuda a cuidar el planeta, porque se evita un nivel innecesario de producción, se reduce la cantidad de elementos contaminantes en el ambiente y se disminuye la energía necesaria para producir.
Foto: Javier Joaquín
Esta forma de concebir a la economía se traduce en cada vez más expresiones concretas en el mundo, que en gran parte quedó conmocionado por el anuncio hecho el jueves último por Donald Trump, de su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, que supone compromisos de los países para mitigar el calentamiento de la Tierra. Más allá de ese problema global (que un país de semejante dimensión no busque reducir sus emisiones de gas de efecto invernadero es algo que afecta a todos), la economía circular se encuentra también con trabas en cada sociedad en particular, como las que implica la falta de regulaciones y de incentivos para el reciclaje, o las que aparecen por problemas estructurales o de organización (uno de ellos es la ausencia de una adecuada gestión de los residuos).
En el mundo de las empresas, se trata de que la forma en que se concibe el negocio incluya el propósito de respetar el medio ambiente, mediante un diseño del proceso de producción que evite en la medida de lo posible los desperdicios (vendiendo a otras industrias recortes de materiales, por ejemplo, y procurando que los insumos sean rescatables y reciclables). En el ámbito del emprendedorismo, surgen proyectos que incorporan residuos como materia prima. En la generación de energías, se privilegia lo "nuevo" que llega y que no dejará de llegar cotidianamente a la Tierra, como la fuerza del Sol y del viento, en lugar de la explotación de los milenarios recursos fósiles. Y entre los consumidores, la participación en una economía circular puede materializarse en acciones como la de separar de la basura lo que es reciclable, y en las decisiones responsables a la hora de comprar.
La economía circular se emparenta con otras formas adoptadas por una parte del mundo productivo. La economía verde se propone reducir o revertir impactos negativos medioambientales. La economía azul, promovida por el emprendedor belga Gunter Pauli, se basa en rescatar recursos que están disponibles (pero desaprovechados) en las comunidades, para promover el desarrollo local. Y la economía del triple impacto, surgida de las B-Corporation en EE.UU., está integrada por empresas que tienen el propósito de generar beneficios sociales y ambientales sin perder de vista la rentabilidad.
"Este tipo de economías requieren desandar estrategias y tomar nuevos caminos, para lograr que el diseño, los materiales, la innovación y los principios de propiedad cobren un nuevo sentido", señala Juan Cruz Zorzoli, coordinador ejecutivo de la asociación civil Amartya, dedicada a desarrollar programas educativos para la sustentabilidad.
En el corazón de la economía circular late la necesidad de un cambio en la lógica tradicional de la producción y el consumo. La Fundación Ellen McArthur, una de las instituciones globales líderes en la promoción de este modelo, postula que la economía circular "es reparadora y regenerativa y pretende conseguir que los productos, componentes y recursos en general mantengan su utilidad y valor en todo momento". Ellen McArthur es una británica que, años atrás, recorrió el mundo en 72 días con su barco. Para cumplir su meta, había cargado las provisiones necesarias, y todo el tiempo del viaje debió ser consciente de que, si se le terminaban, no tendría cómo reponerlas. Igual riesgo sufre el planeta con la continuidad de una economía lineal y de descarte, según el mensaje que esta mujer decidió comenzar a difundir: los recursos usados en la producción son finitos y los daños sobre el medio ambiente se expanden.
Una particular manera de rescatar recursos está en las prácticas de la economía azul. "La riqueza que tiene nuestro país en ecosistemas y diversidad biológica, es directamente proporcional a la riqueza que tenemos para el desarrollo de proyectos y emprendimientos basados en la economía azul. La oportunidad es inmensa", dice Gonzalo Del Castillo, coordinador de Proyectos del Capítulo Argentino del Club de Roma, que está trabajando ahora junto con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable y la Fundación Zeri en la identificación de iniciativas posibles en la Argentina. Algunos de los proyectos desarrollados en el mundo bajo el esquema "azul" (Pauli dice que de ese color se ve el planeta desde el espacio) llevaron a la producción de hongos comestibles a partir de restos del café, de detergentes usando cáscaras de cítricos, y de papel aprovechando residuos de la minería.
Uno de los objetivos es lograr que haya cada vez menos basura y más material reutilizable como insumos. En esta tarea hay responsabilidad de las empresas, pero también se advierte que se necesita un marco más amplio, con acciones del Estado que ordenen una acción.
Según fuentes del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, hoy en la Argentina existen, desde las políticas públicas, "directivas estratégicas" para orientar la gestión de residuos hacia la economía circular. Sin embargo, agregan, el país tiene una grave problemática en materia de saneamiento y eso interfiere en los planes (o impone otras prioridades) a la hora de una acción de amplio alcance. "Alrededor de 35